





























SWM G05 Pro: Siete Plazas y una Pregunta: ¿Esto Realmente es un Coche?
La historia comienza en 1971 cerca de Milán, cuando un grupo de entusiastas decidió que el mundo necesitaba más motocicletas. Así nació SWM. Al principio, fue una empresa totalmente respetable, fabricando motos que, para su época, competían de verdad. En los años setenta y ochenta, sus modelos incluso ganaron campeonatos y premios. Por un breve instante, parecía que SWM se iba a convertir en el próximo gran nombre del motociclismo.
Pero llegaron los años ochenta y todo se torció: música disco, trajes pastel y, cómo no, la clásica jugada empresarial italiana: la bancarrota. Lo que pudo haber sido un futuro brillante se esfumó entre deudas y sueños rotos.
Eso podría haber sido el final: trágico pero digno, como una Vespa oxidada abandonada en un patio romano. Pero no. Porque en algún rincón del mundo siempre hay un empresario chino con demasiado dinero, ambiciones inusitadas y pocos asesores sensatos. Así que en 2014 compraron la marca y los logotipos de SWM. No las motos ni los ingenieros: solo el nombre. Y con él, iniciaron la producción de grandes SUV asequibles, discretamente decorados con bandas tricolores italianas.
Incluso abrieron un llamativo estudio de diseño en Milán. Al fin y al cabo, si le pones una franja verde-blanca-roja en el capó y permites que un becario italiano retoque la parrilla en Photoshop, tienes un "diseñado en Italia" instantáneo.
En 2016, SWM Automotive irrumpió en escena, saludando, sonriendo y asegurando con orgullo: “¡Tenemos coches asequibles con aroma a pizza en la campaña de PR!”. ¿La verdadera sorpresa? Que la gente los compró. Principalmente en China, donde la clientela es a) muy valiente, b) muy indulgente o c) simplemente adora cualquier cosa con aire italiano.
Ahora, en 2025, hemos llegado al momento mágico en que SWM vende sus creaciones en Europa. Estos coches son como cocina italiana en un restaurante de comida rápida: algo está bien, algo no tanto, pero las raciones son tan generosas que decides aceptarlo.
Aquí entra el protagonista, el SWM G05 Pro: fruto y pequeño accidente de la industria italiana y china. Si pensabas que la relación entre ambos países se limitaba a máquinas de pasta de plástico barato y vaqueros "Armani" que se deshacen antes de salir de casa, no vas mal encaminado. Esa relación se parece mucho a la que tiene el G05 Pro con un coche de verdad.
¡Pero que no te engañe! De algún modo, SWM ha creado un vehículo que, desde lejos, parece perfectamente normal, o al menos como lo que dibujaría un niño de pueblo si le pides un BMW.
Y este coche es grande. No solo grande: tan grande que podrías organizar una fiesta vecinal dentro. ¡Siete plazas! Un maletero donde caben tus esperanzas, sueños y tres cajas de patatas.
A pesar de su historia rocambolesca y esa mezcla insólita de sueños italianos y pragmatismo chino, el SWM G05 Pro tiene un encanto peculiar. Como un cachorro torpe que se come tus cordones y luego te mira con ojazos diciendo: "Por favor, no me dejes en la gasolinera". Y tú, siendo buena persona, no puedes hacerlo. En el fondo, sabes que este coche no es perfecto. Pero ofrece una experiencia única. Bienvenido al mundo del SWM G05 Pro.
Empecemos por el frontal, dominado por una enorme parrilla con patrón 3D. Si alguien llega a tu casa, verás la parrilla antes que el coche.
Sobre los faros halógenos corre una fina línea LED, un toque moderno y chic, como un hámster ligeramente enfadado mirándote de reojo.
Detrás, los pilotos traseros mezclan ideas alemanas y japonesas, extendiéndose a lo ancho como una pista de atletismo luminosa. Imagina un BMW conceptual mezclado en la batidora con la barra de luces de un Lexus RX y servido en un vaso de oferta. El resultado no está nada mal.
El perfil lateral es limpio y sencillo, como si el equipo de diseño hubiera decidido: "Esta vez, sin complicaciones". Sin pliegues innecesarios ni florituras a la moda. Solo mucho cromo. Molduras de las ventanillas. Embellecedores en las puertas. Cromo allí donde puede sujetarse.
Y luego está el "Hofmeister kink" en la ventanilla trasera, un guiño clásico alemán. Como una copia barata de la Mona Lisa colgada en una gasolinera: reconoces la inspiración, pero prefieres no mirar demasiado.
Sin embargo, en realidad el G05 Pro no parece un clon chino típico. Transmite respeto, serenidad y es perfectamente aceptable como crossover. Algunos detalles son excesivos, pero quedaría bien frente a un chalé suburbano, o lo bastante discreto en el aparcamiento del supermercado como para que nadie te señale al día siguiente.
Al entrar, sorprende el espacio. Hay más hueco para las piernas que en algunos vuelos de business, y el número de asientos permite llevar a medio Facebook, aunque no te apetezca.
¿Materiales? A simple vista, todo parece correcto. Al tacto, el "cuero" es tan auténtico como un Louis Vuitton de diez euros en un bazar turco. Eso sí, es blando, quizá demasiado. El volante parece hecho de una esterilla de yoga vieja pasada por la plancha. El salpicadero es ancho y todo de plástico.
El infoentretenimiento funciona, más o menos. Siempre que le hables con delicadeza y no le pidas mucho. La pantalla táctil responde lento, pero responde.
Los asientos son enormes y anchos, casi pensados tanto para conducir como para sestear. Puedes estar cómodo durante horas, aunque nunca hallarás la postura ideal. La tercera fila existe solo en teoría: en la práctica está pensada para quien no tenga piernas, o para masoquistas que buscan nuevas fuentes de dolor. Allí sabrás lo que sienten las sardinas en lata.
El toque final: pequeños detalles tricolores aquí y allá, recordándote de forma sutil que, de algún modo extraño, este coche tiene lazos con Milán.
El interior del SWM G05 Pro es como el Cadillac de quien va justo de presupuesto: espacioso, cómodo y lleno de buenas intenciones. Todo es demasiado blando, algo plástico, un poco cómico, pero perfectamente utilizable.
Conducirlo es una experiencia singular, imposible de resumir con cifras de 0 a 100 o tiempos de vuelta. Hay que vivirlo. Es como recorrer un mundo suave, alegre y delirantemente optimista, donde la física solo se aplica cuando le apetece. Con siete plazas, más cromo que una discoteca noventera y pilotos traseros dignos de pista de aterrizaje, sabes que te espera algo especial.
Y el G05 Pro no defrauda. Pulsas el botón de arranque y el motor responde con un susurro tímido, casi como un gatito tosiendo bajo el capó. El 1.5 turbo anuncia oficialmente 139 CV, funcionando con el mismo entusiasmo que tú un lunes por la mañana: lento pero operativo.
Aceleras y no pasa gran cosa. Luego, quizá una semana después, si los planetas se alinean y los semáforos acompañan, el coche empieza a moverse. Si intentas acelerar de verdad, mejor no lo hagas. El 0 a 100 km/h tarda lo que el gobierno italiano en formar coalición. Cuando llegas a tercera, ya estarás pensando en recetas o en tus decisiones vitales.
La caja de doble embrague y siete marchas es, en teoría, una maravilla tecnológica. En la práctica, funciona como un pastor ciego en un valle con niebla: bienintencionada pero imprevisible. A veces cambia cuando menos lo esperas. Otras, duda si merece la pena el esfuerzo. Prepárate para un tirón en cada acelerón o frenazo brusco.
La dirección recuerda a manejar un saco de patatas sobre un colchón. Giras el volante y el coche lo medita. Para el G05 Pro, girar es más una sugerencia que una orden. Se desplaza vagamente en la dirección elegida. En curvas, la carrocería se inclina como cantante de blues en una noche de tormenta: parece que quiere abrazar el arcén, pero es demasiado educado para hacerlo de golpe.
¿La suspensión? McPherson delante, eje torsional detrás: una combinación que transmite cada bache a la columna vertebral en estéreo. En caminos de grava, tienes masaje corporal gratis, golpes en las rodillas e incluso posibilidad de conmoción leve. La clave es ir despacio: así llegarás de A a B entero.
El consumo oficial ronda los 8 litros a los 100 km. En la práctica, en ciudad y con el aire o la radio encendidos, o si aceleras alguna vez, alcanzarás los 12 litros sin problemas.
Los sistemas de seguridad incluyen todo lo que exige la ley. Además de cámara de marcha atrás y tu propia intuición, esperando que nada falle. No confíes demasiado en la asistencia de frenada. Hace algo, pero si pisas mal, acabarás empotrado en la tienda, entre polvo y cascotes, saludado por un comercial entusiasta: “Rápido, ¿quién es tu proveedor de internet en casa?”.
Si algo enseña esta aventura con el SWM G05 Pro es que el mundo no necesita ser perfecto para ser maravilloso. Aquí tienes un coche con siete plazas, un motor que resopla como un caballo asmático y un comportamiento en curva digno de una plancha deslizándose por un tejado. Pero se mueve. Sí, es lento. Sí, se inclina en las curvas. Sí, el consumo te hará sentir culpable cada vez que repostes. Cada bache es un acontecimiento, cada giro una odisea, cada parada una plegaria.
Es como ese amigo un poco tonto pero siempre divertido: perfecto para ir de fiesta, aunque luego toque limpiar.
El SWM G05 Pro es para ti si:
- Quieres mucho coche por poco dinero.
- Prefieres espacio antes que prestigio.
- Te gusta ver cómo la gente en la gasolinera se pregunta qué demonios conduces.
El SWM G05 Pro no es para ti si:
- Esperas aceleración rápida.
- Quieres una dirección precisa como la mano de un cirujano.
- Buscas frenos dignos de Porsche y no una barra de pan.
Es un coche que te hará negar con la cabeza y luego sonreír para tus adentros: “Bueno, al menos tiene siete plazas y banderitas italianas”. Y a veces, eso basta.