
El “efecto marketplace”: cómo la economía de plataformas está desmantelando el antiguo marco logístico europeo
La logística europea siempre ha estado fragmentada, con cada país sujeto a sus propias normas, intermediarios y procedimientos lentos. Precisamente aquí es donde las plataformas digitales proponen una nueva lógica: menos intermediarios, mayor transparencia y decisiones más ágiles. El mismo modelo que revolucionó el turismo con Airbnb y el transporte urbano con Uber ahora irrumpe en el movimiento de mercancías.
Un proceso que antes podía prolongarse durante días hoy se resuelve en cuestión de minutos. Una empresa solicita un servicio, recibe al instante información sobre el coste, la ruta y los plazos, y puede seguir el proceso de principio a fin. La reducción de intermediarios también implica menores márgenes. Parece una evolución inevitable, aunque en realidad el intermediario no ha desaparecido: simplemente se ha trasladado a una aplicación.
El cambio es especialmente visible en el sector del automóvil, donde el traslado de vehículos es una necesidad diaria. Gracias a las plataformas, fabricantes, concesionarios y empresas de renting pueden organizar transportes casi al instante, evitando la habitual coordinación prolongada. Al menos, esa es la promesa.
El argumento comercial resulta convincente: una logística más rápida, económica y transparente. Sin embargo, surgen nuevos riesgos. ¿Cómo se garantiza la calidad si cualquiera puede inscribirse como conductor? ¿Cómo se mantienen condiciones laborales claras y la responsabilidad? ¿Y qué ocurre cuando una sola plataforma adquiere suficiente peso como para convertirse en el guardián del sector?
El “efecto marketplace” no es solo otra herramienta digital, sino un cambio profundo en la forma de operar del sector. La logística tradicional, antes basada en la confianza y las relaciones personales, se integra poco a poco en el ecosistema anónimo de las plataformas. El resultado puede ser mayor rapidez y eficiencia, pero también distancia, control más estricto y una dependencia creciente de los algoritmos. Y en Francia, como ocurre con cada cambio disruptivo, no pasará mucho tiempo antes de que lleguen las huelgas.