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Lamborghini Diablo

Lamborghini Diablo a los 35: Un superdeportivo superado por el tiempo, pero nunca por la historia

Autor auto.pub | Publicado el: 06.10.2025

Si el Countach representó la confianza desmesurada de los años ochenta, el Diablo nació en un mundo distinto: el inicio del lujo global, la supervisión corporativa y la seductora promesa de la tecnología. Bajo el nombre en clave Proyecto 132, su desarrollo comenzó en 1985 con un objetivo tan simple como audaz: crear “el coche más rápido del mundo”. Chrysler, que adquirió Lamborghini a mitad del proyecto, suavizó los rasgos más extremos del diseño italiano. El resultado parecía algo más comedido a primera vista, pero seguía siendo gloriosamente excesivo: puertas de tijera, una enorme cubierta trasera y un habitáculo que aspiraba a la ergonomía de un caza.

Cuando el Diablo se presentó en Montecarlo en 1990, estaba listo para entrar en los libros de récords. Bajo su carrocería se escondía un V12 de 5,7 litros con 492 caballos y una velocidad máxima superior a 325 km/h, en una época en la que “Internet” era aún un término reservado a ingenieros. El Diablo no solo era rápido; era insolente. Y eso le sentaba de maravilla.

Por entonces, Lamborghini estaba lejos del pulido corporativo actual. El Diablo era una criatura salvaje de metal y algo de fibra de carbono, ensamblada a mano por artesanos cuya precisión nacía del instinto más que de protocolos de laboratorio. Sin embargo, fue también el primer Lamborghini en ofrecer un atisbo de confort: elevalunas eléctricos, asientos regulables e incluso un sistema de sonido Alpine, lujos que se sentían como avances y no como parodias.

En 1993 llegó la sorpresa: el Diablo VT con tracción total. Una herejía para un superdeportivo en aquel momento, que más tarde se convertiría en norma para todos los V12 de la marca. A lo largo de la década, ediciones especiales como la SE30, Jota y VT Roadster consolidaron su fama en la cultura popular: coches de póster para una generación criada en el exceso.

La llegada de Audi en 1998 aportó racionalidad alemana a Sant’Agata. Faros fijos, ABS y un V12 de seis litros marcaron tanto el principio del fin como el inicio de una nueva era. El último 6.0 SE, diseñado por Luc Donckerwolke, supuso la transición de Lamborghini hacia una marca definida tanto por su imagen como por su locura.

El Diablo no vivió solo en el asfalto. Brilló en películas, videoclips y anuncios: Dos tontos muy tontos, Muere otro día, “Cosmic Girl” de Jamiroquai. Era una época en la que un superdeportivo rojo significaba más que prestaciones; era una declaración de que el mundo pertenecía a quienes nunca pedían permiso. Propietarios como Mike Tyson, Nicolas Cage o Jay Leno no pensaban en el consumo; les importaba la presencia.

Solo se fabricaron 2.903 unidades del Diablo, cada una convertida hoy en objeto de culto. La división Polo Storico de Lamborghini ha hecho de la certificación de estos egos noventeros un negocio próspero. Las versiones SE30 y GT han alcanzado cifras desorbitadas en subastas, pero es lo natural: las leyendas no se deprecian, solo se encarecen.

Cuando la producción terminó en 2001, no desapareció solo un modelo, sino toda una época. El Diablo fue el último Lamborghini “puro” antes de que la perfección calculada de Audi tomara el relevo, antes de que la locura se convirtiera en estrategia de marketing.

Treinta y cinco años después, el Diablo sigue exactamente donde debe: a medio camino entre el museo y la mitología. Un coche demasiado ruidoso, rápido y sincero para el mundo electrificado de hoy. Por eso mismo, sigue importando.