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La fiebre del oro de la IA: La tecnología que rompió todas las reglas y hundió los precios

Author: auto.pub | Published on: 05.06.2025

Si alguna vez ha existido una tecnología que no solo haya doblado las reglas, sino que las haya arrancado de raíz, esa es la inteligencia artificial. Ni internet, ni la máquina de vapor, ni siquiera la bombilla. La IA ha irrumpido como un vendaval, destrozando modelos de negocio tradicionales y lanzando los precios desde las alturas directamente al sótano.

Ahí está ChatGPT, el charlatán digital que conversa contigo como un viejo amigo en el bar. Alcanzó los 800 millones de usuarios en apenas 17 meses. Ninguna otra tecnología en la historia se ha expandido con tal rapidez.

El último informe aporta cifras asombrosas. El coste de usar la IA ha caído un 99 por ciento en solo dos años. No es un error tipográfico: nueve décimas menos. Formar un modelo nuevo sigue costando cerca de mil millones de dólares, pero utilizarlo es prácticamente calderilla. Y no es solo cosa de OpenAI: los gráficos de Stanford muestran cómo los competidores inundan el mercado con opciones de código abierto, liderados especialmente por desarrolladores chinos.

La nueva GPU Blackwell de Nvidia emplea ahora 105.000 veces menos energía por token que la antigua Kepler de 2014. Google, Amazon y el resto de los gigantes tecnológicos ya no se limitan a subirse a la ola: están fabricando sus propios chips, con nombres como TPU y Trainium que parecen sacados de la ciencia ficción, y que en cierto modo cumplen con esas expectativas.

Pero siempre hay una cara B. El dinero que entra en la IA sale igual de rápido. Infraestructura, centros de datos, silicio, refrigeración... todo suma. El informe es claro: no son proyectos secundarios. Son inversiones de vida o muerte.

Aun así, hay una cosa segura. Nosotros, los usuarios de a pie, somos los grandes beneficiados. Herramientas que antes costaban una fortuna ahora están a solo unos clics de distancia. La competencia es feroz, los precios caen y la innovación no se detiene. La única incógnita es quién quedará en pie cuando todo esto termine.