Francia y España cierran filas: no habrá marcha atrás en el veto a motores térmicos
La carta reafirma el compromiso inquebrantable de París y Madrid con la transición ecológica. Cualquier intento de suavizar o aplazar la prohibición, advierten, minaría la confianza en la política climática europea y retrasaría el objetivo de neutralidad de carbono para 2050.
Nada de resucitar los híbridos enchufables
Francia y España también rechazan de plano la idea de prolongar la vida de los híbridos enchufables, una propuesta que varios países de la UE han puesto sobre la mesa como solución intermedia en los últimos meses. Para ambos gobiernos, sería un retroceso, no un avance. Eso sí, reconocen que el salto al coche 100% eléctrico supone un reto mayúsculo para la industria automovilística europea y que hará falta un apoyo decidido. Su propuesta conjunta aboga por incentivos selectivos para que los fabricantes sigan apostando por la electrificación y no tiren la toalla ante la presión del mercado.
Europa, cada vez más dividida
El comunicado añade leña al fuego de la creciente fractura en la UE sobre el ritmo de descarbonización del automóvil. Italia, Eslovaquia y Alemania han expresado su hartazgo ante lo que consideran expectativas poco realistas sobre la demanda de eléctricos. Alegan que la adopción por parte del consumidor es lenta, los costes de producción siguen altos y el empleo está en riesgo. Varios fabricantes ya han recortado inversiones y buscan fórmulas para sobrevivir sin recurrir a despidos masivos.
La ley frente a la realidad
El paquete legislativo definitivo que confirmará el veto a los motores térmicos en 2035 se espera para finales de 2025. Hasta entonces, la mayoría de los grandes fabricantes siguen cubriéndose las espaldas y ofrecen tanto modelos eléctricos como de gasolina para contentar a todos los públicos. Incluso Ferrari, que desarrolla su primer coche 100% eléctrico, no piensa renunciar a sus míticos motores V.
Europa ante su gran encrucijada climática
La postura de Francia y España deja claro que la transición verde ya no es solo una cuestión ambiental, sino una prueba de cohesión estratégica para Europa. De un lado están quienes quieren cumplir los objetivos climáticos cueste lo que cueste; del otro, los que temen perder competitividad industrial. La prohibición de 2035 se perfila como el gran test de estrés europeo: veremos si el continente logra unir ambición ecológica y realismo económico, o si se parte en dos, entre quienes invierten en el futuro y quienes se aferran al pasado.