


El rojo ya no significa nada: cuando los conductores dejan de confiar en los semáforos y empiezan a confiar solo en sí mismos
La crueldad de la tragedia reside en su sencillez. Los peatones hacían todo correctamente: cruzaban con el semáforo en verde, como se enseña a cualquier niño. Sin embargo, en un tráfico donde algunos conductores consideran opcionales las leyes de la física, ni siquiera el verde garantiza seguridad; solo ofrece esperanza.
Los comunicados oficiales afirman que “se están esclareciendo las circunstancias”, como si quedara algo por aclarar. Tal vez los investigadores determinen si el semáforo estaba realmente en rojo o si el conductor simplemente pensó que ese color combinaba mejor con su coche.
En un mundo donde la confianza en las normas se desvanece cruce a cruce, el semáforo sigue brillando con diligencia. La cuestión es: ¿quién sigue prestando atención?