
Cómo sufrir un infarto y culpar a los demás: el adelantamiento «cerebro de vacaciones»
Šiauliai, Lituania. Una rotonda. El cielo despejado, los coches circulan con normalidad... hasta que, de repente, la vida, al parecer, da un giro dramático. O al menos así lo percibe el conductor que lleva la dashcam.
Todo comienza cuando nuestro protagonista decide probar algo que ningún conductor sensato haría: adelantar por la derecha en una rotonda, como si hubiese descubierto un pasadizo secreto invisible para el resto del tráfico. ¿Y el coche de delante? Totalmente ajeno a que justo detrás se está realizando una prueba exprés de inteligencia sobre ruedas.
Y entonces, ¡sorpresa! El coche de delante toma la misma salida. Ya sabéis, como suele ocurrir en las rotondas. Una maniobra completamente normal y, por supuesto, legal. Pero en el mundo de nuestro héroe, esto es una traición. Un ultraje. Motivo suficiente para presentar una demanda emocional. Frenazo, cámara temblando y el conductor desata su faceta más dramática: en vez de un soneto, nos regala una retahíla interminable de improperios.
Como era de esperar, los comentarios se disparan. Algunos culpan al coche delantero por no haber puesto el intermitente. Otros opinan que el conductor de la dashcam es un auténtico imán para el drama, que debería tomar más magnesio y tener menos nervios. Un tercer grupo sugiere que toda la rotonda ha sido diseñada como una prueba de resistencia psicológica: si consigues salir de ahí con vida y sin perder los papeles, mereces una estrella dorada junto al carné de conducir.
Sea lo que sea esto—un intento de adelantamiento sin sentido, un intermitente olvidado o simplemente el circo diario del tráfico—hay algo seguro: esto no era un vídeo de conducción. Era un documental sobre la psicología humana.