Bentley abandona su buque insignia porque el mundo prefiere coches altos y expectativas bajas

El director de Bentley, Frank-Stefan Walliser, ha reconocido recientemente que la marca no tiene intención de resucitar el Mulsanne. Y con ello, se pone fin a toda una era.
Todo ese universo —el de los detalles dorados, las costuras a mano, la lana de becerro y el aroma a herrería, reliquias de la aristocracia británica— ya no resulta rentable. La gente simplemente no los quiere. O, más bien, unos pocos siguen deseándolos, pero no los suficientes como para justificar nuevos prototipos y una línea de producción entera dedicada a sus caprichos nostálgicos.
En vez de acomodarse como un lord en una berlina larga con puertas traseras del tamaño de cortinas de teatro, los compradores ahora trepan a los Bentayga: vehículos que parecen un Continental inflado y se conducen con la sutileza de un gaitero borracho en un cuarteto de cuerda. El Bentayga se ha convertido en el estandarte del éxito comercial de Bentley y, según la marca, las preferencias de los clientes ni siquiera han mirado atrás hacia las elegantes y bajas berlinas de antaño.
Así que sí, el Flying Spur seguirá en el catálogo, pero ¿un verdadero buque insignia? Eso ya no está sobre la mesa. Salvo que, claro, consideremos otro SUV más. El próximo gran lanzamiento de Bentley —y lo de "gran" va en serio— llegará en la segunda mitad de 2026 y, sorpresa: será otro SUV. Eléctrico, por supuesto. Porque si ya has dejado atrás el W12 y cualquier resto de escrúpulo moral elevado, ¿por qué detenerse ahí? ¿Por qué no prescindir también de la aerodinámica?
Bentley promete que, incluso sin doce cilindros latiendo bajo el capó, su próximo mastodonte tendrá potencia suficiente para arrollar cualquier brújula moral... y dejar profundas y lujosas huellas de neumático sobre ella.